sábado, 3 de enero de 2015

Raquetas en el Vall d'Incles

La leyenda luchando contra la ventisca
El Vall d'Incles se encuentra en el norte de Andorra, entre las poblaciones de El Tarter y Soldeu. Un desvío entre ambas en la carretera al Pas de la Casa nos deja a las puertas de este precioso valle que desciende suavemente hacia el sur.  En cualquier época del año tiene la capacidad de sorprender. No está rodeado por escarpadas y altas montañas; muy al contrario, sus perfiles son suaves y de altura contenida. El río que da nombre al valle lo atraviesa tranquilamente, sin espectaculares saltos de agua ni fuertes corrientes, ni su sonido al descender llama especialmente la atención. Pero puede que sea por todos esos motivos por los que siempre es agradable volver a caminar por él. Unas pocas casas desperdigadas y una pequeña ermita, junto con algunos prados rodeados por muros de piedra, acaban de darle su aspecto encantador.

Vall d'Incles cubierto por la nieve
La primera vez llegué a él en moto en pleno invierno. Un paseo y un picinic por la zona ya me dejaron un buen recuerdo. En otra ocasión, en primavera, la nieve nos nos dejó hacer la ruta completa y sólo pudimos llegar hasta poco más allá del Estany Juclà, justo en la frontera con Francia. Las niñas también disfrutaron de la zona en una excursión en la primavera del año siguiente a los Estanys de Siscaró. Un desvío nos indica el camino hacia los Estany Juclà o Siscaró.

De vuelta
Y estas navidades ha sido una ruta con raquetas hasta el merendero al final del valle, justo antes de empezar el ascenso hacia el collado que nos dejaría a las puertas de los estanys Juclá. El mal tiempo nos hizo cambiar los esquís por raquetas. Al principio del valle puede aparcarse el coche en una espléndida zona azul. Desde ahí se remonta el valle por el margen izquierdo del río. El camino va ganando altura muy suavemente, lo que permite ir teniendo vistas del valle mientras caminamos entre el bosque. Tras atravesar un romántico puente de piedra cubierto de nieve llegamos al merendero, el punto final de nuestra ruta. Reponemos fuerzas con algún bocado, los que la ventisca nos deja porque ahí el viento ya es considerable y la nieve nos atiza con fuerza en la cara. No vale la pena seguir ascendiendo ya que ni el tiempo da tregua ni tampoco tendremos vistas cuando lleguemos, si lo hacemos, a los lagos.

Buscando las barritas entre la ventisca
El camino de vuelta lo hacemos por el mismo sendero, que nos resguarda de la ventisca. En el aparcamiento la nieve ha cubierto ya la carretera, nos quitamos las raquetas y volvemos a casa donde nos esperan las cervecitas y la comida calentita que los santanderinos nos han preparado; es lo que pasa cuando uno tiene canalla que requiere total atención.


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